Acabo de ver esa fabulosa película de Clint Eastwood (como director y actor) de los "Puentes de Madison" que nos muestra la grandiosidad del alma humana y la cruda realidad de los niveles de conciencia más prejuiciosos de la América profunda (azul y ambar en el código de colores de la Teoría Integral de Ken Wilber), frente a la libertad en su estado más puro, ya en el segundo grado de conciencia, ese que colabora con los demás desde la individualidad de su propia conciencia (nivel amarillo de conciencia en el código Wilberiano).Una vez más, (pues ésta es la tercera vez que la veo) ha tocado las fibras más finas de mi corazón y no digo de mujer, porque también he visto en la figura del hombre que Clint interpreta que un hombre consciente puede ser tocado por la magia del sentimiento puro y puede dolerse profundamente por el desgarro de un amor imposible. Lo femenino y lo masculino en mí se han alborotado y, una vez más, el romanticismo llevado al extremo del desencuentro me ha hecho llorar. Y me ha venido bien, porque soltar el corazón es una forma de desembarazarse de las energías sobrantes, anhelantes, irreales, al fin, porque aunque cierta es la profundidad de lo que Clint cuenta en la película, ¡¡¡ qué lejos estamos hoy de esa magia magnífica de la sensibilidad inteligente y cómplice que puede darse entre dos seres humanos cuando vibran con la misma nota ¡¡¡. Al principio he dicho lo del hombre consciente (y yo añadiría, inteligente y creativo), por eso: ¿Dónde están los Robert Kinkade, Edward en Sentido y Sensibilidad o el propio Becquer en este mundo? Pues eso, bajo tierra, en las páginas escritas de un libro o en una tira de celuloide. Sería deseable que toda mujer encuentre el suyo. Y digo esto sabiendo que es un deseo bien romántico y poco realista. ¿No es esta la forma de aprender ACEPTACION?