La frase anterior, que suena fría y dura, es solo un reflejo de la realidad
que experimento día a día en mi práctica
terapéutica. Cada vez más y más personas me piden pasar de la terapia
presencial a realizarla On-line. Considero
que la causa profunda de esta situación hay que buscarla en el cambio
experimentado por la tecnología de la comunicación en los últimos treinta años,
y en el deseo de las personas en hacerse la vida más cómoda.
En la década de los noventa, en un momento de
mundialización de la Economía y la cultura, se puso en marcha, en los estados
Unidos de Norteamérica, una modalidad de asistencia psicológica denominada “Terapia
Virtual o Terapia On-line”.
La expansión de las tecnologías de la información
estimuló el crecimiento de esta especialidad asistencial y hoy se extiende,
como una tela de araña a escala planetaria, favoreciendo la interacción entre psicólogo-cliente. Los pacientes transmiten
sus dudas y problemas a través de correos electrónicos, chats de internet o
videoconferencias vía Skype.
La “Terapia On-line”, ante la cual, en sus principios, yo misma experimenté cierta reticencia, proporciona, según me manifiestan los mismos clientes, sensación de más intimidad, más seguridad y mayor libertad de expresión. Además de reducir los costes y el tiempo en el transporte y la comodidad de realizarlo desde el propio hogar. Esto explica la excepcional aceptación de esta modalidad asistencial.
Utilizar la “Terapia On-line”, significa para quién la utiliza, evitar las
barreras que representan la distancia y
especialmente ciertas inhibiciones personales
como miedos, sentimientos de vergüenza y censuras familiares y/o sociales.